Madrid

La semana pasada estuve de lunes a jueves en Madrid aguantando chaparrones y claros alternándose para tocar la moral y no saber qué hacer. No tengo fotos de monumentos, ni de cosas curiosas, ni siquiera de la habitación del hotel que estaba donde Cristo perdió el mechero.

Mi hotel... ahhhh que bonico, olía un poco a caldofrán y estaba a tomar vientos. Paradigma del silencio, el estar justo al lado de la A2 ayudaba mucho a que el ruido de los coches, que no cesa a ninguna hora, se metiera irremediablemente dentro aún poniendo ventanas de climalit gordas. Estaba situado al final de una zona de viviendas pijas lleno de adosados y trajeados. Por las mañanas cuando me acercaba al metro se podían distinguir tres tipos de personas:

• De ferst! Pijos en coche que iban al trabajo.
• De chu! Pijas en mayas que hacían ejercicio matinal corriendo al rededor de las manzanas.
• Zri! Latinoamericanas en sentido contrario al mío que iban a limpiar y a cuidar a la muchachada de la unión de los primeros con los segundos.
• Mi! Claro, evidentemente falto yo, la persona que no iba en traje, ni en mayas, ni iba a la casa de los primeros... la persona a la que todos los demás miraban cómo iba a la zona de pobres, del populacho, de los cutres, de... todos los demás.
  

La cuestión es que aunque me pagaban los taxis prefería ir en metro, campechano que es uno... como el rey. Era el único del hotel que se iba y llegaba andando... y sin traje.

Lo mejor del hotel, sin duda, eran los ascensores. Son de estos transparentes que te dejan ver el paisaje y que para que sean ágiles van a toda pastilla. Básicamente lo mejor bajar en ellos, era como la lanzadera del parque de atracciones sólo que después del arreón inicial y la sensación en el estómago de empezar la caida libre se quedaba símplemente en una velocidad razonablemente rápida para ser un ascensor.

En fin... que iba a poner unas canciones y he terminado escribiendo sobre el hotel en el que me alojé la semana pasada... interesantísimo, vaya.